Dicen que no sabes
lo que es el infierno hasta que estas en el.
Pues bien, yo he
estado en uno y esta vez no era el mio.
Hace exactamente una
semana mi familia, como muchas otras, supimos de primera mano lo que
es el terror, el pánico de ver como puede que un pedacito de ti
desaparezca de tu vida.
Sí, recuerdo
perfectamente esa sensación de pánico, de no saber que hacer, de
ver como el fuego se acerca y tu única salida es abandonar tu hogar
a las prisas y correr por tu vida (literalmente).
Las horas
posteriores y anteriores, podría definirlas con la palabra
incertidumbre…
¿Llegará el fuego
hasta aquí? ¿conseguirán apagarlo antes de que eso pase?¿como
estará la gente?
¿Se quemaría mi
casa?¿Lo perdería todo?¿Lograrían escapar los animales?
Ojala empezará a
llover.
Trincheras. Guerra.
Comparo una y otra vez las imágenes que vi con eso. Ver a lo lejos
como el fuego se propagaba de copa en copa y de un momento a otro
correr porque llueven cenizas ardiendo. Porque llueve el caos.
Esto ha sido un
atentado, aunque como siempre, somos la esquina izquierda de la que
el resto de España se olvida.
¿Cuantos bomberos
nos envió el estado? 20.
¿Cuantos incendios
estaban activos en toda Galicia? Más de 30.
¿De que hablo la
mañana siguiente en el noticiero? De la independencia de Cataluña.
¿Quien apago la
mayoría de los fuegos? El pueblo.
Porque sí, seremos
paletos, analfabetos, tontos, pueblerinos… pero este incendio me ha
demostrado que cuando atacan nuestra colmena, la defendemos como un
enjambre. Y es sin duda la única cosa buena que me llevo de este
desastre.
Porque sí, Galicia
é fermosa,
pero a súa xente o
é aínda máis.